No deja de sorprenderme la enorme influencia que tienen los presidentes de las compañías en las políticas de comunicación corporativa. Tanta, que cuando tienes un recorrido de varios años trabajando para una empresa, puedes clasificar fácilmente las distintas etapas comunicativas en función de los cambios en la dirección.
Supongo que es cuestión de tiempo y formación que se comprenda que las políticas de comunicación transcienden a su primer directivo, porque, al fin y al cabo, la comunicación profesional no lleva tanto tiempo asentada en nuestro país.
Tan absurdo es que un directivo condicione la política de comunicación corporativa como no tener en cuenta sus preferencias y estilo profesional a la hora de potenciar su perfil desde el área de comunicación. Es ahí cuando la comunicación debe adaptarse a las capacidades de cada directivo para impulsar y fortalecer su imagen, en la medida en que está ligada a la de la propia corporación.
A estas alturas del post os preguntaréis quiénes son los valientes… me refiero a los directivos que entienden el valor de la comunicación, aquellos son capaces de mirar a largo plazo y no interfieren en las políticas, estrategias y acciones de comunicación en las que trabajan equipos preparados y especializados; los que escuchan, los que confían, los que incluso están dispuestos a seguir aprendiendo. Los líderes o buenos jefes.
Frente a estos nos encontramos a los directivos empecinados en controlarlo todo, en esconderse y esconder a la compañía para no asumir ningún riesgo o aquellos otros que pretenden utilizar la comunicación como una vía de publicidad barata. Los que no escuchan, los inseguros, los cortoplacistas, los de ordeno y mando aquí y ahora… aquellos frente a los que la comunicación no debería plegarse.
Esto es algo que se tendría que explicar muy bien en los módulos de comunicación de los MBA y que cada profesional de la comunicación debería defender hasta el final. No resulta fácil, pero se puede. Aquí lo hacemos con todas sus consecuencias.
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