Hacia finales del siglo XIX, una serie de leyes obligaron a los conductores de vehículos a motor, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, a llevar, aparte de un fogonero que alimentara el vapor, una persona caminando delante de ellos portando una bandera roja. El objetivo era ir avisando a los transeúntes del potencial peligro que suponía el nuevo transporte. Esta regulación eliminaba partes de las propuestas de valor más evidentes de la nueva tecnología: circular más ágil, rápido y con mayor autonomía.
Ese tipo de leyes fueron derogadas una década más tarde, pero han pasado a la historia como un claro ejemplo de reacción completamente absurda y ridícula ante el desarrollo y adopción de una tecnología disruptiva.
Una situación similar al ejemplo anterior puede ser – para los profesionales que trabajamos con información, datos y servicios- la aparición de nuevas tecnologías disruptivas que son y serán nuestros aliados. La comunicación apoyada en inteligencia artificial (AI) es y será consustancial a nuestro trabajo diario. Desde las grandes empresas de innovación tecnológica ya se está desarrollando plataformas o soluciones basadas en AI, simples y espectacularmente útiles. De igual manera, blockchain será una herramienta básica como garante de la propiedad intelectual y de la distribución y uso de la información. A diferencia de los ‘banderas rojas’, esta tecnología ha nacido y crece como open source y, aunque su desarrollo es más lento, nadie duda de que su impacto será muy alto.
La preocupación surge cuando, o bien el regulador o bien intereses privados con mentalidades poco abiertas, ven peligros y/o oportunidades partidistas en las nuevas tecnologías y pretendan imponer los ‘banderas rojas’ a estas nuevas tecnologías.
Blockchain y su necesidad para la propiedad intelectual
Sobre la comunicación en la era blockchain se ha escrito y se seguirá escribiendo mucho pues falta definir su futuro y cómo afectará a nuestra actividad. Ahora lo que tenemos que pensar es cómo estructurar nuestras organizaciones para adaptarnos a todas las nuevas posibilidades que nos brinda. Curiosamente, el mayor reto para hacer posible ese cambio, no es la tecnología en sí misma, sino la cultura de colaboración que tenemos que adoptar para aprovecharla al máximo. Una nueva forma de ver y entender las cosas y donde se permita experimentar o arriesgar utilizando métodos de gestión descentralizados, que facilite una red que de soporte estructural a los servicios. Es aquí donde hay que unir fuerzas para impulsar esta tecnología. Sólo así las personas y las empresas involucradas podrán desarrollar su pleno potencial.
Para las agencias, consultoras, periodistas y medios de comunicación que deseen transformarse en habilitadores de servicios digitales mediante la creación y el funcionamiento de plataformas de información, blockchain es un elemento fundamental. Entre otras muchas funciones, facilita el manejo de transacciones complejas entre múltiples participantes (desde la agencia, el que escribe, pasando por el editor, agregadores, etc. departamentos de comunicación, así hasta el cliente final), permite servicios de gestión de identidades, tanto de los suscriptores como de los periodistas o consultores; o garantiza la venta de publicaciones; o la gestión de derechos digitales.
Unas pinceladas sobre esta tecnología para quien no esté familiarizado con ella: la estructura de un servicio de blockchain, grosso modo, es (1) una capa de red, con base en internet y una serie de servicios del ecosistema de cadena de bloques que autentifican y dotan de inteligencia a las transacciones que se realizan en su interior; y (2) una capa de aplicación donde se definen y se desarrollan los servicios prácticos necesarios.
Actualmente en España, la capa de red, entre otras, la puede facilitar el consorcio Alastria. El reto está en la capa de aplicación, donde actores con intereses comunes tienen que dinamizar al mercado para desarrollar las aplicaciones prácticas de forma progresiva.
Dejo aquí la idea de que las asociaciones y el liderazgo de los propios actores del sector son clave para su desarrollo, tanto a corto como a medio plazo. Depende, en gran medida, de nosotros mismos.
¡Que vienen los ‘banderas rojas’!
En contraposición a lo anterior, se da la paradoja de que hay quienes pretender recuperar la figura de los ‘bandera rojas’ que aseguran que, sin ánimo de lucro, ellos van a defender y gestionar de forma colectiva los derechos de propiedad intelectual de tipo patrimonial (reproducción, transformación, comunicación pública y distribución) de terceros, es decir, cobrar. Se amparan en una interpretación interesada de unas de las Leyes de Propiedad Intelectual de España.
El papel lo aguanta todo: un intermediario que quiere hacer valer la propiedad intelectual de los autores. Sin embargo, que el modelo de negocio se base en cobrar en cada una de las diferentes etapas por las que pasa dicha información en función del uso y del nivel de distribución, es otra historia. Se trata de un coste unilateralmente decidido y que pone en riesgo un gran numero de servicios que muchas empresas de comunicación ofrecemos y que aportan valor a la información y a nuestros clientes, y por los que ya se pagan a los agregadores. Y eso sin meternos en la falta absoluta de transparencia que se observa en la redistribución de los ingresos obtenidos.
Dicho esto, los profesionales de la información somos los principales interesados en la defensa de la propiedad intelectual y su monetización, desde el origen de la información hasta el último uso que se haga con ella, pero con sentido común y, ahora, apoyado en la tecnología. Aplicaciones basadas en blockchain van a ser fundamentales para ello.
En la década que comenzamos, esta tecnología será ampliamente extendida y, entre sus múltiples servicios, estará garantizar la propiedad intelectual y su monetización por los autores. Nacida con espíritu descentralizado logrará que no sea necesario ningún centralizador/valedor. No más ‘banderas rojas’, el valor para quien lo genera.
Ahora solo falta ‘poner el cascabel al gato’; que todos los interesados empecemos a trabajar en la creación de dicha solución y que nos unamos todos para evitar modelos ‘viejunos’.
Imagen: Clint Adair on Unsplash
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